“La pasta base es el ejemplo más patético de la prohibición”
La
instalación de la pasta base desdibujó demasiados límites y rompió
códigos muy importantes de la red social. Y su expansión, considera este
sociólogo, deja en evidencia las carencias del sistema sanitario y el
fracaso absoluto de las políticas prohibicionistas.
El
juez de menores Alejandro Guido asegura que más del 50 por ciento de
los jóvenes que pasan por su juzgado son adictos a la pasta base.
“Llegan en un estado deplorable y sus figuras parecen esas fotos que se
ven de los campos de concentración”, dice.
Las
nuevas autoridades de la Junta Nacional de Drogas establecieron “como
prioridad nacional llevar a la mínima expresión la oferta de esta
droga”. Ahora, según el subsecretario de Salud Pública, Miguel Fernández
Galeano, se activó “un enfrentamiento frontal a la distribución y
comercialización. Sin eso, es muy difícil que un sistema de atención, un
sistema de referencia sea continente”.
—¿El
efecto destructor que se atribuye a la pasta base tiene que ver sólo
con el tipo de sustancia o también con el estado de vulnerabilidad de
sus potenciales consumidores?
—El
efecto que una sustancia tenga sobre una persona depende de la
articulación de muchas variables: el sujeto que consume y su contexto.
La misma sustancia tiene efectos diferentes según la persona y sobre
todo en contextos socioculturales diferentes. No es igual en una persona
con antecedentes psiquiátricos o una bien estructurada, alguien que
come salteado o una persona de clase media.Para tener un enfoque
integral hay que considerar persona, sustancia y entorno. En el mundo
prohibicionista las tintas se cargan siempre sobre la sustancia. Se dice
que es la droga la que mágicamente hace adicta a la persona o la que
mata, y parece que la persona y su entorno no existieran.
—¿Cuál es el perfil del consumidor de pasta base?
—Hay
muy poca investigación en todo sentido, pocas referencias en el mundo.
Podemos intuir que el perfil es de un sujeto con cero continentación
familiar, cero relación con vínculos significativos claros y positivos
de la comunidad, con un nivel de dependencia física y psicológica muy
alto. En esas realidades, donde hay vacíos de todo tipo para llenar,
estas sustancias terminan instalándose en forma problemática.
—¿Es, como se ha dicho, una droga que “ataca” fundamentalmente a los pobres?
—En
contextos donde los agujeros existenciales son enormes se tiene mucho
tiempo libre, donde hay “carreras” delictivas de por medio y muchas
veces faltan sentidos que estructuren la vida, esa sustancia, que es
accesible, altamente adictiva y muy tóxica, en poco tiempo causa un
deterioro psicológico y social incomparable con el que generaría en
otras comunidades donde directamente no se instala. En barrios como
Carrasco o Pocitos puede haber casos, pero no es lo común.
—Se habla de una generación “irrecuperable” por la pasta base. ¿Cuál es su visión?
—Que
Uruguay tenga desde hace por lo menos una década más del 50 por ciento
de los niños que nacen bajo la línea de pobreza es más preocupante que
este consumo emergente. Obvio que también preocupa, pero no va a ser la
gota que desborde el vaso para hablar de una generación perdida. Las
condiciones infrahumanas en que vive mucha gente sí están comprometiendo
verdaderamente el desarrollo psicológico más básico. La realidad de
gurises que no comen todos los días probablemente se agrava si además
consumen pasta base.
—¿Se puede esquivar el eje consumir-delinquir?
—Hay
un modelo farmacológico que dice que una persona que consume y siente
la necesidad física imperiosa de hacerlo, haría cualquier cosa para
conseguir la sustancia. Eso tiene poca investigación empírica que lo
sustente. Las drogas no le dan a las personas lo que las personan no
tienen, no portan atributos. Sí es verdad que en contextos donde los
conflictos se resuelven con violencia, determinados consumos de drogas
pueden exacerbar esas formas. Si siempre robaste, bajo los efectos de la
pasta base, por la compulsividad y porque no dominás tus sensaciones
físicas, podés robar con más saña. Muchas veces, en el marco del modelo
prohibicionista, le adjudicamos todas las responsabilidades a la
sustancia y le quitamos toda responsabilidad al sujeto. Nos cuesta mucho
digerir afectivamente como sociedad que un tipo pueda hacer una
barbaridad sin estar drogado.
—Pero el uso de esta droga ha desdibujado algunos límites de convivencia social.
—Es
cierto, su irrupción cambió la sociabilidad de los barrios. Trajo
aparejada una ruptura de lo esperable de acuerdo a los códigos de
socialización, es decir la red de continentación del barrio, la familia,
los vecinos, esos lazos empezaron a fragmentarse ya que muchos de los
usuarios empezaron el “rastrillaje” intrabarrios, una modalidad nueva.
—¿Es posible la reducción del daño con este tipo de sustancias?
—En
general no hay experiencias en el mundo de programas de reducción de
daños con sustancias derivadas de la cocaína (crack y pasta base). Son
muy tóxicas y muy potentes. Habría que encontrar una alternativa que
permitiera bajar la dosis, algo difícil porque el cuerpo pide
aumentarla; o cambiarla por otra que fuera igualmente potente,
accesible, barata, y no hay casi estimulantes tan potentes como éste.
Está la cocaína, que es mucho más cara y su efecto no tan intenso.Es un
fenómeno muy emergente y muy urgente por el dramatismo de las
situaciones cotidianas. Pero además porque deja en evidencia un sistema
sanitario que se vio totalmente en blanco y no pudo aún, ni mínimamente,
dar una respuesta.
—En
ese sentido, el juez Alejandro Guido reclamó hace pocos días un centro
de internación, ya que no hay ningún lugar para contener a este tipo de
consumidores. ¿Cómo debería ser ese centro?
—Al
no haber un estudio claro del perfil del usuario, tampoco es posible
delinear la propuesta de un centro. Uno a veces tiene la ilusión mágica
de que internando a una persona, descontextualizando a un usuario
problemático de drogas, arreglamos el problema. No es así, para algunos
funciona y para otros no. Para éstos hay que pensar un trabajo
ambulatorio estructurado, que esté cuatro o cinco horas en un centro
diurno, se le enseñe un oficio y tenga la movilidad que necesita para
hacer un proceso positivo. No hay un perfil único de las necesidades del
usuario de pasta base.
—Las
autoridades de Salud Pública anunciaron que están diseñando un espacio
de información y referencia para las crisis de intoxicación aguda y una
red de contención barrial que actúe de contrarreferencia cuando el
consumidor vuelva a su medio.
—Está
bien que se esté pensando en generar un centro de referencia, con
tratamiento ambulatorio y posible internación. No porque resuelva el
problema, sino porque Uruguay se debe desde hace muchos años un centro
estatal donde personas sin recursos puedan acceder a su derecho
sanitario de ser atendidos por su problema de drogas.
—¿No
sería necesario también, en el marco de reducir daños, replantearse
como política sanitaria las bases de las políticas represivas?
—El
consumo de pasta base es el ejemplo más patético de la prohibición. ¿En
qué cabeza entra desde el punto de vista de una política de salud
pública que uno prohíba, reprima en la cadena industrial el uso de los
precursores para elaborar cocaína y termine inundando el mercado con una
sustancia diez veces más tóxica y más barata que genera estos daños
sociales enormes? ¿O que ponga en el mismo rango la represión de
sustancias como la marihuana y la pasta base? Ahora, por suerte, se está
diciendo que sería bárbaro si hubiera más marihuana en el mercado.
Obvio que sería bárbaro, se cae de maduro si uno tiene un criterio de
salud pública para realmente reducir el daño.
El
sociólogo Agustín Lapetina es coordinador del programa Alter-acciones
del Instituto de Educación Popular El Abrojo e impulsor de una política
de reducción del daño en los consumidores problemáticos de drogas.
Realizó en Londres una maestría en políticas sociales e investigación en
drogas y alcohol. ESTRATEGIA PARA NO ZARPARSE
Algunos consumidores con los que trabaja El Abrojo encuentran estrategias para un uso menos dañino de la pasta.
Dice
Lapetina: “Son jóvenes que delinquen, estaban enganchados con la pasta
base, dependían física y psicológicamente, y daban cuenta de que bajo
sus efectos perdían el control y delinquían mal, los agarraba la
Policía, o sentían que podían matar a alguien y marchar presos, o
convertir un hurto en una rapiña. Para no zarparse, inventaron fumar
cigarrillos de pasta base con marihuana, esos ‘nevados’, como les
llaman, suavizan la compulsión a consumir luego y achican la ‘fisura’ de
cuando se va el efecto. Eso les permitió mantener su identidad
delictiva y ‘trabajar bien’. Eso demuestra que el contexto y la
psicología de las personas son variables que deben considerarse al
buscar estrategias de reducción de daño. Si el sujeto tiene algo que le
signifique, que lo identifique, puede llegar a un uso regulado, incluso
cambiar de sustancia y tener un uso menos dañino. Se deben potenciar
esas estrategias de autocontrol”.
NO
PUEDE DURAR “En los noventa se dio en Chile la pasta base y en Perú el
bazuko y pasó”, dice Lapetina, y arriesga: “En Uruguay también va a
pasar. El comercio de pasta base no le sirve a nadie. Ni a los grandes
traficantes ni a la boca que vende en el barrio, porque implica un
consumo altamente destructivo y no se puede mantener mucho tiempo al
cliente. El deterioro es tan grande que, o empieza un tratamiento, o se
pasa a otra sustancia, o se muere. Es un negocio de muy corto plazo.
Igualmente en este contexto de exclusión, de miseria, es difícil suponer que va a pasar rápido”
Fuente: Semanario Brecha
Por Daniel Erosa