Escribe: Marcelo Jelen
Pasta base, basuco, paco. El siglo empezó para Uruguay con un nuevo problema. Se trata de otro hijo de la "guerra" contra las drogas, una de las pocas exportaciones del mundo pobre que entra a los mercados del Norte rico libre de cuotas y aranceles.
En Colombia, Bolivia y Perú, el procesamiento de cocaína se desbarató a causa de la represión militarizada alentada por Estados Unidos. Los laboratorios se acercaron a los puertos desde donde la droga parte al Norte. Ahora, en los países donde se cultiva coca se tramita apenas la primera etapa del proceso: la elaboración de pasta base en piletas donde las hojas se disuelven en cal y luego en ácido sulfúrico. El refinamiento de la cocaína a partir de la pasta base procesada con ácido clorhídrico, querosén, acetona y éter se realiza ahora en laboratorios de Argentina y Brasil. El paco es lo que sobra, y tiene un poco de todo eso. Fumado, suma al efecto estimulante de su residuo de cocaína la semiinconsciencia de los solventes.
El cliente de la pasta base le importa poco al narcotráfico, pues le reporta una ganancia marginal, apenas el sueldo de sus operarios locales. Mima, en cambio, al otro cliente, el de la cocaína, que le tributa la parte del león, la ganancia corporativa. Lo nuevo es que el consumo de basuco dejó de ser un fenómeno rural sudamericano, restringido a los pobres de las zonas donde se cultiva coca. Ahora se registra también en ciudades cercanas a los nuevos laboratorios.
El problema de las drogas es, desde su base, el problema de la penalización de su uso y su comercio. Si la empresa Merck no hubiera dejado de fabricar cocaína en los años 20 para venderla al público, la pasta base se convertiría hasta la última gota en "mercka", como le decían los tangueros que la compraban sin mayor problema en la farmacia, donde los carteles la pregonaban como "buen alimento para los nervios".